El manejo emocional y su estrecha relación con el apego en el desarrollo infantil

Por Victoria Terán, Psicóloga y facilitadora certificada del Círculo de Seguridad para Padres

En psicología, el apego se define como el instinto de buscar proximidad con una persona específica, quién los consolará, protegerá o los ayudará a entender sus emociones. Todos los seres humanos estamos biológicamente programados para formar varios apegos a lo largo de nuestras vidas, pero aquel apego que formemos con nuestro cuidador primario, jugará un rol importante en varios aspectos de nuestras vidas.

Normalmente pensamos en el apego como un proceso que sucede solo y sobre el que no tenemos control; sin embargo los estudios realizados a lo largo de las últimas décadas nos demuestran que hay mucho que podemos hacer como cuidadores para influir en el tipo de apego que los niños desarrollen.

Nos referiremos en este caso al desarrollo del “apego seguro”, pues los estudios demuestran que es el que permitirá un desarrollo óptimo y la consecución de relaciones interpersonales sanas a lo largo de la vida. En este proceso, hay un factor sumamente importante: el manejo de emociones. Debemos tener en cuenta específicamente el manejo emocional del cuidador o cuidadores primarios durante el desarrollo y la necesidad de un acompañamiento adecuado de emociones.

¿A qué nos referimos con un acompañamiento adecuado de emociones? Hay varios factores involucrados. Por un lado, los adultos deben dar un ejemplo positivo en el manejo de sus propias emociones, poniendo especial énfasis a aquellas emociones más “complejas” para las que normalmente no tenemos herramientas, como la ira, la frustración, el enojo o incluso la curiosidad. Por otro lado, debemos generar espacios de crianza en que los niños sepan que sentir toda emoción es aceptado y bienvenido, sin estigmatizar a ninguna de ellas. Nuestra sociedad no es especialmente abierta con emociones que se han catalogado como negativas, como las mencionadas anteriormente, y como resultado tenemos adultos que no saben cómo enfrentarlas o las enfrentan de diversas maneras no saludables, como: guardar emociones, lo que causa enfermedades de somatización, explosiones de ira, consumo de sustancias, entre otras.

Como seres humanos, sin importar nuestra edad, hay varios momentos en el día -no se diga a lo largo de la vida-, en que las emociones suelen abrumarnos. Esto es especialmente cierto en los niños, quienes están enfrentándose a nuevos estímulos y por ende a nuevas emociones todo el tiempo. Para ellos, un adecuado acompañamiento de las emociones de parte de un adulto será crucial.

Para poder ser una buena guía en este aspecto, es importante tener en cuenta cómo funciona y cómo se desarrolla el cerebro de los niños. Habremos escuchado sobre los dos hemisferios del cerebro, los cuales juegan roles distintos en nuestro funcionamiento integral. Durante los primeros años del desarrollo, el hemisferio derecho, encargado de las emociones, dominará el comportamiento. El hemisferio izquierdo, que se encarga del razonamiento y de hacer sentido del mundo, jugará un rol menos protagónico en la primera infancia. Para lograr un buen manejo emocional es esencial lograr una integración de estos dos hemisferios, de manera que las experiencias que los niños vivan, las puedan procesar y dar sentido por medio del mundo emocional y del mundo de la razón.

La comunicación entre los hemisferios es un proceso que se dará de manera gradual durante el desarrollo, y que requiere del apoyo de los adultos a cargo del niño. Pero ¿cómo apoyamos el proceso?

Entendamos primero que, al experimentar algo nuevo, los niños tendrán fuertes necesidades emocionales provenientes del hemisferio derecho a las que tendremos que responder primero. Estas serán la causa de pataletas, de llanto, entre otros comportamientos. Por esta razón, lo primero que debemos hacer es empatizar y entender al niño. Esto bajo ningún concepto se centra en el refuerzo de malas conductas. Simplemente, se trata de saber distinguir cuándo debemos acompañar una emoción y cuándo es momento de un “sermón” (o momento de razonamiento).

En este primer momento de respuesta emocional, es importante aceptar que la lógica, el sermón como tal, no será un camino para empezar una conversación, con el fin de razonar y enseñar una lección. Como cuidadores, debemos aceptar la emoción del niño, a través de palabras de comprensión sobre sus sentimientos. ¡No se trata de reforzar malas conductas! Se trata de saber cuándo se necesitan sermones y cuándo se necesita acompañamiento para dar sentido a sus emociones. Lo que queremos lograr es cooperación de los niños en estas situaciones, lo que resultará en menos drama de por medio.

No es tarea fácil, pero vale la pena intentarlo. Aunque los sentimientos de los niños nos parezcan absurdos, debemos reconocer que para ellos son reales e importantes, por lo que debemos ayudarles a darles un sentido. Una técnica muy útil en ese momento es pedirles que nos cuenten lo que ha sucedido, cuando ya tienen lenguaje, o simplemente contarles con nuestras palabras lo que pasó.

Este primer momento dará paso a la calma, para iniciar con el aprendizaje, sea este un momento para poner límites, enseñar sobre el respeto, la paciencia, u otros valores que queramos inculcar en los niños.

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